Ana, desde niña, se había imaginado Africa, llana, seca, amarilla... Por eso ahora, miraba el paisaje majestuoso que sobrevolaban algo avergonzada; como si aquellas montañas, de variados e intensos colores y diademas blancas en sus cimas, le estuvieran reprochando su ignorancia.
-¡Que bella es esta tierra, nunca me la hubiera imaginado así! -exclamó con entusiasmo
-Y además los negros vamos vestidos, ¿qué me dice de eso?, tampoco se lo hubiera imaginado ¿no es cierto?
El sarcasmo procedía del hombre que pilotaba el desvencijado avión que había ido a recogerla y que, cargado de paquetes, la llevaba a su destino. Un territorio situado entre dos países asolados por una guerra que había comenzado diez años antes.
Ana, desconcertada, buscó una respuesta conciliadora, pero no la encontró
Pasados un par de minutos el piloto arañó de nuevo a su pasajera.
-No comprendo porque viene usted a este lugar. Los seres que se encuentran atrapados en él, sueñan con poder abandonarlo algún día. ¿Tan aburrida se encontraba en América?
Desde el primer momento Marco se había mostrado hostil, examinándola con una mirada tan inteligente como altiva. Esta vez Ana, herida, quiso contestarle con la misma dureza, pero vaciló y después de reflexionar apenas un instante, respondió a la insolencia con otra pregunta
-¿Es la raza, o el sexo?
-¿Qué? No la entiendo -esta vez era Marco el sorprendido
-Si, por favor, dígame que es lo que le disgusta tanto de mí, ¿la raza o el sexo?. Y pór cierto, no nací en América. Soy noruega.
-No importa de que rincón de Occidente venga, entre su mundo y el mio existen muchas diferencias.
-Pero entre nosotros, sólo hay dos que a mi me resultan evidentes. ¿No piensa contestarme?
-Su pregunta no tiene sentido y es incompleta. Amo a mi país, amo a mi gente -murmuró Marco. Y de nuevo se impuso el silencio entre los dos.
En esta ocasión, fue la mujer quién lo rompió
-Sin embargo desprecia a los que desean ayudarle ¿no es cierto?
Ana se arrepintió enseguida de aquellas palabras que tenían más de sentencia que de pregunta. Temió la réplica, pero Marco como si no la hubiera oído insistió
- Amo a mi pais y deseo verle libre; libre y de pie, aún en medio de su pobreza. Eso es lo único que deseo decirle
Ana, algo conmovida, suavizó el tono de su voz para confesarle
-Soy médico, por eso estoy aquí. Creo que puedo ayudar a sus compatriotas
Pero Marco no aceptó la bandera blanca que Ana había enarbolado y, con tono airado, exclamó
-¿Es que no hay seres en su país que necesiten ayuda? ¿Acaso son todos altos, rubios, bellos, sanos, poderosos...?¡Caramba, yo creía que el paraíso no existe, pero quizás he vivido equivocado hasta hoy.
Un nudo apretó la garganta de Ana. Sus hermanos, con el deseo de que ella no se alejara del que había sido siempre su hogar, le habían hecho la misma pregunta "¿Acaso, no hay personas aquí que te pueden necesitar Ana?, ¿Acaso, no hay personas ...." le repetía un eco lejano.
En silencio, miró de soslayo al piloto esperando que el nudo se deshiciera pronto. El no aparentaba ser un hombre acomodado y tampoco tenía el pelo rubio, pero era alto y de bello rostro. De una belleza varonil que ni siquiera su hosco gesto ocultaba. Intentó imginárselo sonriendo y con una mirada cálida en sus ojos, pero le resultó imposible. El continuaba su diatriba cada vez más encendido
-¿Que buscan aquí?¿Qué pretenden?¿Aventuras, medallas, adquirir la experiencia que les falta... que necesitan? ¿Ha leído un libro titulado "Hombre blanco bueno, busca negro pobre"?. No, claro que no -respondió el mismo. Y sin detenerse un segundo añadió
-Pues es interesante, creáme, muy interesante. Seguro que a uste no le va a gustar, pero aún así debería leerlo. Intenta romper con muchos mitos.
Y como si estuviera pensando en voz alta recitó "que pintorescos son ustedes, que pintorescos; por no decir que cínicos. Primero nos expolian y ahora regresan dándoselas de perfectos samaritanos".
-¿No está olvidando la responsabilidad de su pueblo, la de sus gobernantes, la suya propia? -pudo intercalar Ana.
-Sé lo que insinúa. Que somo primitivos ¿verdad? Pues es cierto -reconoció con aparente humildad, pero enseguida recuperando su tono altanero y cargándolo de ironía añadió
-Pero estamos evolucionando con rapidez; hace algún tiempo nos pegábamos con palos, ahora compramos armas sofisticadas. No tanto claro, como las que el democrático Occidente utiliza cuando lo considera oportuno para sus intereses, pero eso es sólo porque no tenemos dinero suficiente para comprárselas.
-Expoliar, fabricar y vender armas, no es lo único que hemos hecho a lo largo de nuestra historia -rectificó Ana con gran enojo. Yo también quiero decirle algo; sino fuera por el color de su piel, usted pasaría inadvertido en mi país. Es igual de prepotente que aquellos a los que acusa.
-En todo caso, el parecido no es intencionado -le interrumpió Marco, pero aquella ironía no pudo detenerla
-No se burle. Ni el dolor ni la injusticia reconocen fronteras, pero usted no es capaz de ver más allá de su propio discurso y su propio sufrimiento. Se siente victima, sin embargo, ni las víctimas son bondadosas por el simple hecho de serlo; ni por fuerza, el sufrimiento hace mejores a las personas. Dígame, si en la actualidad no se dedicara a traer hasta aquí los alimentos, medicinas, ropa y todo lo que se les dona ¿de que viviría?¿o pretende que crea que se juega la vida en este viejo trasto, un día si y otro también, sólo por amor a su pueblo?
Ana, ni siquiera tuvo tiempo para arrepentirse de sus palabras antes de que Marco le abofeteara los oidos con una tajante defensa, envuelta en la más despectiva de las carcajadas.
-Por muy defraudada que vaya a sentirse, le aseguro que nunca me he dedicado y nunca me dedicaré a tocar el tan tan para entretener a los suyos.
El silencio se podía cortar.
En el fondo Ana no ignoraba que aquél hombre tenía muchas razones que justificaban su manera de pensar; y sabía, mejor aún, hasta que punto ella no se encontraba en aquel lugar desinteresadamente. Pero le había dolido tanto la clasificación en la que se vió colocada que le fue imposible controlar la rabia. Por otro lado, le asombraba aquel dolor; hacía mucho tiempo que apenas sentía nada.
Aún estaba dando vueltas a sus sentimientos cuando Marco volvío a dirigirle la palabra, en esta ocasión, con un tono neutro, desconocido para ella.
-De todos modos, quiero pedirle algo. No juzgue a mi pueblo por mí actitud; sería injusto. La envidia engendra odio y las madres que va a conocer se que envidian la posibilidad que tienen los occidentales de darles a sus hijos todo lo necesario. Pero la miseria no cabalga a lomos del orgullo y, además, son seres agradecidos y hospitalarios por naturaleza. La recibirán bien.
A estas alturas Ana consideraba inútil intentar aclararle que no buscaba agradecimiento, que desde el trágico accidente que terminó con la vida de su marido y la de su hija se sentía tan desheredada como los seres a cuyo encuentro iba. Que lo único que la movilizaba era la esperanza de dejar de ser el vegetal, o peor aún, el parásito en el que se había convertido.
Hicieron el resto del camino en completo silencio. Pero después de aterrizar Marco preguntó
-¿Ha estado antes en un campo de refugiados?
-No, contestó Ana, esperando una nueva burla.
-Dos meses, ha sido el máximo de tiempo que se quedaron aquí las personas a las que va a relevar ahora. Aunque no la creo capaz, yo la invito a que usted vaya más lejos y se quede hasta que todo este infierno haya pasado. Así, además de sentirse útil, podrá comprobar de cuántas formas puedo ganarme la vida.
Y trás su invitación, la dejó en tierra como si fuera uno de los paquetes que traía para el campo. Pronto se vió rodeada por un grupo de personas dispuestas a recoger, a ordenar, a repartir lo que guardaba en su vientre aquél pájaro de metal. Incluso los niños ayudaban entusiasmados, pues en muchas ocasiones alguna de aquellas cajas estaba llena de juguetes. Ana dejando a un lado el amargo viaje, se unió a ellos como uno más.
Tuvo que pasar algo más de un año, para que aquél hombre tan herido le sonriera y le dirigiese aquella mirada cálida con la que había tratado de imaginárselo el día que le conoció. Jamás encontró en sus ojos gratitud, sino la complicidad del amigo, del compañero leal, imprescindible para recorrer el largo y duro camino que los dos habían elegido. Y ...Ana volvió también a sonreir, pero nunca regresó a Noruega.